viernes, 21 de noviembre de 2008

EL VIAJE EN EL TREN



EL VIAJE EN EL TREN

Recuerdo que cuando era niña me gustaban mucho los trenes, tal vez a todos los niños nos gustan. a mi me gustaba imaginar rostros en las ventanillas de todos y cada uno de los vagones, veía las caritas de muchos niños que me decían hola con una sonrisa.
No me creerán, pero contaba las ventanitas una a una para saber según yo cuantos niños me habían saludado.

Los trenes olían a granja alegre decía yo, no se muy bien por que, quizás por que la gente que bajaba de ellos casi siempre traía pollos, guajolotes y puercos.

Dos veces viaje en un tren, la primera vez aun era niña y fue con mi abue, que yo le decía mamá Maria.

En ese viaje la pase súper, el tren iba de chihuahua a la Ciudad de México, duramos como tres días en el trayecto, iba mucha gente, sobre todo viejitos y unos muy especiales a los que llaman gitanos, ellos a todos nos querían leer la mano, mi abue no me dejaba que me leyeran la mano por que decía que esas cosas eran del diablo, pero ellos se las ingeniaron para leerles la mano a casi todos los que estaban en el tren y se quedaron con algunos guajolotes como pago.

Bueno yo de todos modos jugué mucho con todos los niños que venían en el tren, jugábamos a las escondidas, canicas, matatena y a salta la luna (ese juego se los enseñe yo), también nos gustaba gritar cuando llegábamos a algún poblado y decirle adiós a la gente y a los soldados, los niños luego se cuadraban e imitaban a los que saludaban, las niñas nos peinábamos unas a las otras y decía mi mamá Maria que por que con ellas no renegaba cuando me peinaban.

Desde el primer atardecer en el tren las gitanas y gitanos sacaron sus guitarras, acordeones, panderos y otros instrumentos que en aquel entonces no conocía su nombre pero ahora se que se llaman chirimías, su música me llenaba de libertad, alegría y sueños que no entendia.

Así transcurrieron los tres días, entre la algarabía de la música y el sonido del tren que no dejaba el chuc, chuc y el "arte" de sacar humito por la chimenea y formar miles de figuras.

Cuando llegamos a la ciudad de México, parecíamos gitanos también y es que aparte de compartir la comida, los juegos, la música, sin explicación aparente se me subieron a la cabeza unos animalitos raros que llamaron piojos, eran muchos piojos que me provocaban una comezón endemoniada, me rascaba con las dos manos y ahora todo mundo estaba enojado se echaban la culpa unos a otros, pero nunca se supo de donde provenian realmente, por que los demás niños igual traían como lo dijo Doña Otilia, una señora que tejía y tejía y que viajaba a la Cuidad para ver a sus hijos que hacia mucho tiempo no veía.

Mi abuelita estaba enojada y preocupada, me regañaba y regañaba y me decía que no tenia que rascarme cuando llegáramos a la ciudad por que se veía muy feo hacer eso.

Por fin ya estábamos bajando del tren y yo mejor quería quedarme con los gitanos, no sabia si para rascarme agusto o por que por primera vez vislumbre algo del sentido de la libertad, me gustaba la idea de seguir viajando con ellos aunque no me bañara como antes.

Bueno y lo que tuve que pasar para que me quitaran los piojos mejor no se los cuento, pero lo consiguieron en dos días.

En mi mente quedo por mucho tiempo escondido ese viaje en el tren que ahora les comparto.
¡¡Vamonooooooooooos!!

Chuc, chuc, chuc, chuc, que llega el tren, chuc, chuc, se nos va el tren, el tren de la vida
Autora: Luz Elena Sepúlveda

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